diciembre 31, 2025

Nadie se salva solo | Un recorrido psicoanalítico en torno a la soledad y al género epistolar



“Escribo cartas que no entrego. La soledad habla en transferencia”. Quiero empezar por ese título, un disparo al corazón de quienes tenemos en cada una de nuestras biografías un lazo particular con ese género literario que supo ser parte de nuestra educación sentimental: las cartas, la correspondencia, el género epistolar.

Son las cartas uno de los primeros destinos de nuestras primeras soledades y de algunos lazos inolvidables tanto como de ese espacio particular que es lo íntimo. Lo que hemos escrito en una carta es inolvidable, adquiere un tipo de cualidad o de existencia en la memoria no igualable a otro, y aun cuando se haya borroneado el contenido conservamos una textura, una evocación, la ocasión intacta en el recuerdo de haberla escrito o de haberla recibido, o de haberla llevado al correo, esos lugares que ya no existen más y son tecnología pasada de moda tanto como lugares que pertenecen a nuestros mapas adolescentes o infantiles. Y es que las cartas se escriben a un destinatario pero ellas mismas son un destinatario.

Claro que estoy hablando de psicoanálisis. Estoy hablando de un libro psicoanalítico que pone en el centro de su preocupación un tema común y corriente, universal y poco atendido: la soledad. Aplaudo a Gabi, su autora, por hacer eso, por hablar sin jergas pero además hacerlo por fuera de cualquier afán de patologización o clasificación de sujetos.

Sabemos que el psicoanálisis empezó siendo, él mismo, un género epistolar y esa ya no es parte de nuestra educación sentimental sino de nuestra formación o educación profesional. Quiero decir, el psicoanálisis no sería lo que es sin las huellas que han dejado las cartas. Las de Freud y Fliess, por ejemplo, son una pieza clave de nuestra formación y de nuestros saberes, son la pieza que conserva la historia de su fundación, sus incipientes exploraciones, desvíos, obstáculos, interrogaciones, avances, todo eso ha llegado a nuestras manos a través de cartas. El autoanálisis de Freud nació de allí, la Interpretación de los sueños nació de allí. De allí también nació la posibilidad de escuchar y transformar la soledad de las histéricas: les dio la palabra. Puso en valor su palabra. El psicoanálisis, diría, también es una ética para con los solitarios, los que han sido dejados en el abismo de algunas violentas soledades. Con las cartas enviadas y recibidas Freud transformó soledades.

También son esas cartas uno de los destinos de la propia soledad freudiana. Un modo de transformar esa soledad en conversación, claro que con esperas en el medio, tiempos que los relatos suelen obviar o abreviar, pero que conviene que no pasemos nosotros de largo: tiempos de elaboración, sí, de elaboración y de espera, quizás de esperanza. Esos tiempos que hoy son muchas veces irrepresentables para quienes conocen la conversación automática, la ausencia absoluta de espera, para quienes viven el encuentro con las palabras de otros en tiempo real, abreviando palabras, trasformando palabras en signos y emojis y memes.

Hemos recorrido un largo camino que empezó en las cartas. Las de Freud y Fliess, y aún antes de ellas entre Cipión y Berganza, o Freud y Silberstein, con la Academia Española. Las de Freud y Jung, las que se enviaba asiduamente con colegas, alumnos, discípulos, amigos. Con el padre de Juanito, con Marie Bonaparte, con Lou Andreas Salomé, que un reciente libro recoge, y tantísimas otras.

Y aun así, con tanta agua que corrió y corre bajo el puente, algunas cosas están intactas: el desamparo, la avidez de otros, el deseo de compañía y de algo más, de sentido, porque eso segundo es clave. Sentido, que estar con otros tenga sentido y que estar solo tenga sentido. Que estar solo pueda ocurrir en presencia de otros, que la presencia pueda encontrar y dibujar sus propios espesores, que no sea atiborración de cuerpos ni likes ni fotos felices, que no sea la compañía selfie, que sea otra cosa, una cosa de verdad, capaz de volvernos más de verdad. Que nuestra soledad pueda encontrar compañía, incluso cuando estamos absolutamente solos frente a un duelo, frente a un trauma. Gabi escribió este libro en el que nos comparte, además, las huellas que han dejado en ella muchos de quienes acompañaron y acompañan su soledad: Freud, Lacan, Davoine y Gaudilliere, Fromm Reichman, Winnicott, Klein, Colette Soler y Octavio Paz, y Borges, y Amelie Nothomb, y Saer, García Lorca y Paolo Giordano, y tantos y tantas otras. No hubiera podido escribir este libro sin todos ellos y la marca que dejaron en ella, tampoco sin sus pacientes. Este libro hace converger de modos diversos lo solitario y lo numeroso, lo plural.

Cada uno de los capítulos que componen el libro va abordando un problema singular ligado a la soledad. En uno de esos capítulos, Gabi retoma una carta de Sor Juana Inés de la Cruz a Sor Filotea, en verdad un obispo de aquel entonces. Se detiene en esa carta para hablar o escribir respecto de la soledad de las mujeres. Bueno, como ven, algunas cosas no han cambiado, o no del todo o no lo suficiente, y lo sabemos gracias a que existen esos objetos singulares que son las cartas que han sabido escribirse y viajar a lo largo de siglos, no años sino siglos, hasta hoy. Hoy las recibimos, las seguimos recibiendo, y agradezco a Gabi que nos las haga llegar en mano.

A propósito de esa carta tan antigua como vigente, les recomiendo la lectura de Josefina Ludmer, quien la rescata en un escrito titulado “Tretas del débil” para hacer un análisis brillante respecto del saber, del decir y del poder, el reparto y circulación de esos tres elementos para nosotras, las mujeres, sus repartos dispares. Josefina escribe ese análisis gracias a que ese escrito que supo ser un papel con destinatario y autora, existe.

Algunas cosas no han cambiado, decía, entre ellas una: seguimos demandando destinatarios, seguimos haciendo de ese territorio precario y enorme, potente y frágil, el de la transferencia, un lugar privilegiado para las conversaciones, las conversaciones sin las cuales no habría análisis. Conversaciones de humano a humano, sin chat GPT ni otros automatismos ni protocolos ni técnicas ni practicidades, sin compañías calmantes o ansiolíticas. Esas conversaciones complejas, esas tramas siempre artesanales y en las que ponemos tanto, porque este oficio requiere que pongamos mucho y que no seamos neutrales, lo dice Gabi hermosamente cada vez que escribe, y cada vez que narra lo que piensa y lo que hace, todo eso junto, en ella lo que se dice y lo que se hace no toman caminos separados. Quiero decir, también, que la escritura es la médula de la transmisión que ya lleva años, de su autora. Sin la lectura y la escritura como territorios abrazados, Gabi no sería la psicoanalista que es. A eso también dedica su vida.

Este libro está compuesto por una serie de capítulos, pequeños artefactos de lucidez cada uno de ellos, pero tiene un hilo común, una certeza o afirmación más que una hipótesis, lo impulsa: la soledad en transferencia se transforma, un análisis hace que la soledad hable y sea escuchada, y así pase a ser otra cosa. No es que la soledad necesariamente sea “resuelta” o su sufrimiento evacuado, no es eso, sino que hable y se escuche y se transforme, que devenga otra cosa. Parece una aclaración que va de suyo pero no, se trata de entender que la práctica del psicoanálisis sigue constituyendo una práctica específica.

A Gabi le importa la soledad despatologizada y a la vez problematizada, por padecida. La soledad como condición de posibilidad y de estructuración. La soledad estructurante y la soledad desestructurante. Hace de la soledad enigma y ocasión. La soledad de la sobreprotección, la soledad de las burbujas y las excepcionalidades. El entrenamiento en la soledad maquillada y el ejercicio forzado de la autoestima. La escritura implicada, recorrida en nombre propio en la introducción. “Sé de lo que escribo por haber estado ahí”. La soledad habitada. La soledad puede ser páramo o puede fundar territorios.

La soledad, escribe Gabi, puede ser incluso marco del acto subjetivo. Algunos mueren sin haber nacido, dice Gabi leyendo a Saer, esa segunda vida empieza cuando se corta no un cordón umbilical sino ese otro cordón o cadena que hace del Otro soberano en la propia tierra.

Este libro es una extensa respuesta a una pregunta: ¿Qué es ser un yo habitado desde que nace hasta la muerte por ese lazo inevitable al otro y sin en cuál ni siquiera habría yo? Condenados a depender, también a desprendernos.

La soledad de las violencias, las va desgranando una a una: la violencia patriarcal, la violencia diagnosticadora y estigmatizante, la violencia del bullying. La violencia del cuerdismo, del régimen de la normalidad y de la normativización, que Gabi pone en cuestión. Locura puede, entonces, también representar la búsqueda de la verdad, incansable e irrenunciable. Nosotros tenemos a las locas de la Plaza, así llamadas y arrojadas a un nombre que busca violentarlas. Ellas, sin embargo, le ponen nombre a lo innombrable del horror.

Gabi pone la lupa en la condena a la soledad como fuente de enloquecimiento, que no es lo mismo que locura. La soledad antes o después de lo que enloquece, causa o consecuencia, en tantísimas ocasiones ambas cosas. Gabi nos recuerda que en la locura hay una búsqueda incansable y desesperada de un destinatario o testigo, segundo en el combate, y que esa carta no puede volver desolada al remitente.

Entonces, síntoma, inhibición, sueño, escritura: son diversos destinos de la soledad. La soledad y sus destinos, los trabajos a los que arrastra o que posibilita.

Hoy presentamos un libro que discute fuertemente la escisión entre individual y colectivo. Es un libro clínico y teórico, un libro que sienta posiciones, así es su autora. Porque no se refiere a los vínculos sino también a la soledad internalizada, la soledad obediente y sumisa que sirve, sin saberlo, a lo que su tiempo ordena y promulga, condena que se internaliza y se torna autocondena, la de equiparar vivir a sobrevivir, a veces incluso a un sálvese quien pueda.

Voy a compartirles una serie de notas que fui tomando mientras leía a Gabi. Cada una de ellas es una puerta de entrada posible, uno de los rincones de este libro.

Tomo nota: la referencia insoslayable a la verdad histórica. Este libro no hubiera sido escrito de no haber pasado por la pandemia, esa es una de verdades históricas que lo implican de principio a fin.

Tomo nota: la neutralidad es un mandato que nos deja solos a los analistas. Que hace que dejemos solos a nuestros analizantes. La neutralidad es una de las formas de la soledad, engendra desamparo. Esa carta sí entregada, la carta neutral, deja al juego perdido de entrada, deja al paciente sin nuevas cartas para jugar.

Tomo nota: La sensibilidad como condición de la escucha analítica. No como un obstáculo ni un problema ni un error. Gabi sostiene que la interferencia es instrumento si media una operación de lectura.

Tomo nota: la referencia a Foucault y el panóptico, la soledad secuestrada. La no intimidad, que es una dimensión de la soledad que todo sujeto necesita para existir verdaderamente, para no replegarse en el falso self winnicottiano. La soledad secuestrada y la formación de masa. Tomo nota y escribo: La masa es la anulación simultanea de lo singular y de lo colectivo, porque ella, diría, es una versión patologizada de lo colectivo, de lo que nombramos como multitud.

Tomo nota: el lenguaje poético de su autora, quien por ejemplo escribe acerca de la inhibición como un museo avitrinado.

Tomo nota: No solo el lenguaje poético, sino el español antiguo vuelto lenguaje rioplatense, cuando habla de los errores “garrafales” o “crasos” errores, que por supuesto no deja de mencionar y denunciar.

Tomo nota: los epígrafes son un libro aparte. Un recorrido por lecturas, un mapa que va de yapa para les lectores.

Tomo nota: La carta escrita y no enviada, en el extremo absoluto, es el suicidio. Que esas cartas no enviadas o incluso no escritas hablen en transferencia, encuentren destinatario, implica un enorme trabajo y es una urgencia clínica tanto como ética y política.

Para terminar, un comentario acerca de lo escrito por Diego Rodriguez Duca. La soledad de la infancia, poetizada. La soledad del abandono y el reproche insaciable, la asfixia. Su poesía es una correspondencia posible con María Negroni y su libro: “El corazón del daño”. Ese libro que se parece a una larga carta.

El trabajo de Michelle Kordovero Laynez en torno a la locura y el trauma es extraordinario, también lo es su escritura. Toda ella se apasiona en cada cosa que hace, y en la que se propone trocar una soledad sin esperanza en territorio fértil para un trabajo analítico jamás neutral que se oriente a la inscripción de lo que dejó esquirlas abismadas en lugar de recuerdos, tanto en el campo de lo singular como de lo colectivo, inseparables en verdad. Yo diría que es un amplio trabajo de restituciones múltiples, capaz, además, de restituirnos a las y los analistas un lugar por fuera de Iglesias y dogmas, si estamos dispuestos a hablar sin hacer ecolalia. Michelle lee a Murakami y apunta a un blanco crucial: lo espeso en la soledad es el sin sentido.

Este libro dice que una soledad historizada puede llegar a ser, y aquí cito a Bohumil Hrabal: una soledad demasiado ruidosa. Es decir, una soledad poblada. Es que así es Gabi, una presencia que honra las interlocuciones, una presencia invitante. Gabi nos hace estar menos solos, va a acompañar nuestras soledades, seguiremos intercambiando cartas con ella en cada claroscuro de la clínica.

Lila María Feldman es psicoanalista.



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