
El nuevo libro del psicoanalista José Luis Juresa, La infancia de quien (Nocturna Editora) , aborda la etapa de la vida que menciona en ese gran título a través de una combinación de autobiografía, ficción y psicoanálisis. En su escrito, la infancia es un tema nodal que Juresa analiza para entender cómo moldea la vida y diferencia la niñez (lo ya determinado) de la infancia (un estado de indeterminación). El autor entiende a la infancia como un estado de indeterminación que puede ser reescrito, a diferencia de la niñez, que se asocia con hechos ya establecidos. Combina elementos de novela autobiográfica y ficción para examinar cómo el deseo de progreso familiar puede afectar la vida de un niño. En parte, La infancia de quien puede ser, a su modo, un homenaje al psicoanálisis. «Resulta ser un homenaje al psicoanálisis, pero eso podría ser una cuestión más bien personal por lo que ha hecho el discurso analítico conmigo. Y más que un homenaje al psicoanálisis en sí, sería algo así como el reconocimiento de lo que ha hecho el psicoanálisis conmigo», plantea Juresa en la entrevista con Página/12.
-O sea que este libro exuda lo que ha hecho el psicoanálisis en su vida, de alguna manera.
-Exacto, lo que ha hecho un análisis, en todo caso conmigo. Y, de hecho, muchos me han dicho que suena a la presentación de un pase. Es casi como el texto de un pase. Solo que en este caso los lectores vendrían a ser los pasantes. No está dentro del marco de una escuela, no está dentro de los lógicos intereses de las instituciones, sean cuáles fueran esas instituciones. Las instituciones analíticas tampoco están al margen de los intereses que suelen existir en los estamentos institucionales. Por eso es tan difícil, y tan discutido el tema del pase dentro de la lógica del reconocimiento por parte de los pares de un psicoanalista, y cómo se valida un psicoanalista.
-Y este es un libro que desnuda algo velado en las sesiones de psicoanálisis: cómo puede ser la vida de los psicoanalistas.
-Eso es interesante. Yo creo que, en definitiva, a pesar de que hablo de mi vida, no hay nada en el libro respecto de mi vida planteado en términos de chisme, por decirlo así, de alguna manera, un poco más rebajado. Creo que sí, utilizo mi vida, pero más como material para conceptualizar cuestiones concretas como el tema de la vecindad; o sea, del amor al prójimo, que están tan unidas a la ética del psicoanálisis. O, por ejemplo, el tema de las buenas intenciones, que también está unido directamente a la ética del psicoanálisis. La diferencia que establezco tiene cierta practicidad clínica entre la infancia y la niñez. En fin, hay una serie de conceptos que están muy bajados a tierra, de algún modo, y que sin nombrarlos como tales conceptualmente están mencionados. Y ese me parece que es el aporte psicoanalítico, desde una voz propia, que creo que está lograda, de algún modo, en el libro, para hablar de psicoanálisis sin academicismos.
-¿Por qué cree infancia y niñez no son la misma cosa?
-La niñez ya es una historia escrita. Además, tiene un límite hasta incluso cronológico: la niñez termina a los doce años. Y es algo a lo que nos remitimos y que podemos versionar de distintas maneras, pero siempre es una historia que está en el pasado. En cambio, la infancia es algo siempre por venir, es una historia por escribir. Incluso nosotros utilizamos la niñez desde la infancia. Y esto es un poco para refutar la idea a la que se recurre muy comúnmente, que es la de acusar al psicoanálisis de revisar el pasado y de volver al pasado infinitamente, y de revisar asuntos de la niñez como si eso fuese una especie de regodeo en el pasado. Pero no, en realidad, uno habla de las cosas que le pasaron hacia adelante, y eso es la infancia. La infancia es el modo en que volvemos a recrear y a reescribir nuestra historia, relanzando el deseo; o sea, yendo para adelante, por decirlo así más sencillamente.
-Este es un recorrido desde el Juresa adulto que se va aproximando a la infancia, ¿no?
-Exacto, ese es el recorrido de ese adulto que analizándose pasa por la infancia, hablando de la niñez.
-Recién hablaba de la relación entre pasado y futuro. En ese sentido ¿cómo se puede pensar el Juresa niño que fue y el que vendrá en relación a los tiempos?
-En realidad, eso está plasmado en la escritura misma del libro. Yo creo que después de este libro mi posición en relación a mi propio análisis, a mi propia vida, y hasta mi propia posición como analista, ya no es la misma. Es como lo que sucede con todos los seres humanos: cuando dejan caer sus palabras ya no hay vuelta atrás. Y ese es el problema para todos, en general: retener las palabras a las que se les teme, porque al estar vinculadas a su deseo saben que hay algo irreversible una vez que ya las dicen. Una vez que las palabras se dicen hay algo irreversible, y eso es lo que se teme. Un poco eso, afrontar ese temor, no tener ese miedo, en una época en que el miedo es determinante, no lo digo por nuestro país, digo como lo contemporáneo en general: es la época de los seguros. Y afrontar un poco esos temores a lo que implica algún tipo de riesgo, el riesgo de pronunciarse, o dejar pronunciar su vida en un análisis, por ejemplo, pero en general, más allá del dispositivo analítico. Es todo una apuesta, y este libro en ese sentido lo es.
-Recién decía lo de los seguros, y yo pensaba en la era de las certezas, y la certeza remite a la psicosis. ¿Se puede hablar de una estructura psicótica en la era, no en los sujetos? ¿Una era psicótica?
-Y, en la medida en que la era o la época está ultradeterminada por el discurso tecno-científico, podremos decir que sí. ¿Por qué digo esto? Porque el ser humano, en definitiva, es el error del sistema, lo vemos. Ahora con la aplicación de la inteligencia artificial, es un paso más, y más eficiente quizás, en dirección a lo que ya venía siendo la lógica del sistema: eliminar al ser humano, porque el ser humano, con el deseo, con el goce, con el amor, deja de producir, o no produce tan eficientemente. No es objeto tan eficiente de la acumulación del capital, por ejemplo, o de la producción, o del consumo. Por lo cual, eliminar todos esos vestigios de humanidad sería lo mejor, y reemplazar a los humanos por máquinas cada vez más eficientes, cada vez más pensantes, cada vez más «inteligentes». Y creo que sí, que en ese sentido, esa certeza es una certeza de índole o estructura psicótica. La estructura psicótica precisa de eso; la ciencia, como decía Lacan, no quiere saber nada de cuestiones como el amor, el deseo o el goce. Hablamos de la ciencia clásica.
-¿El psicoanálisis le hizo comprender que la infancia no es inocente, a diferencia de cómo la pintan tal vez los medios, y a veces desde las propias familias?
-Sí, por supuesto. Fue el modo en que ingresé al psicoanálisis. Me sentí inmediatamente representado por lo que Freud decía. La niñez no es para nada un asunto idealizado, como suelen hacerlo los adultos para sacarse de encima el problema de su propio existir. Idealizar la infancia como un periodo que debe vivirse sin problemas, por ejemplo, porque sos un niño, ¿qué problema tenés?, los exculpa de las responsabilidades que tienen en relación a esa misma niñez, e incluso la que ellos mismos han vivido. Con lo cual, es una especie de desestimación de la niñez el considerar que es un periodo inocente, pletórico de romanticismo o de vida que no debería tener ningún tipo de escollo o de problema porque los asuntos de los niños, como se suele decir, «son cosas de niños», ¿no?. Se desestima la problemática del niño.
-En ese sentido, usted buscó reflejar una infancia genuina; es decir, con alegrías y tristezas, con amor y dolor, y en sintonía con lo que está diciendo, porque los niños tienen las mismas causas de sentir que cualquier ser humano, ¿no?
-Exactamente, con la diferencia que no tienen los recursos para decidir aún por su propia vida. Y eso es un problema, porque los niños se tienen que bancar a los adultos. O sea, si tienen una vida, donde los adultos para el niño son un problema, se los tienen que bancar hasta tanto puedan autodeterminarse o tener cierta independencia de recursos con los cuales puedan decidir por sí mismos. Esa es la gran diferencia. El niño no es operativo para decidir por su vida, no tiene los recursos ni las capacidades aún para decidir plenamente por su vida. Entonces, necesita de la protección y de la habilitación de los adultos. Pero cuando esos adultos tienen más problemas que el niño para hacerlo, o los adultos son un problema para el niño, ahí está la complicación.
-¿Le costó indagar en los recuerdos o florecían rápidamente a medida que iba pensando ideas de escritura?
-Bueno, esa fue una pregunta que también me hizo Leila Guerriero. Y es raro, porque yo no tengo el recuerdo de al escribir hacer un esfuerzo descomunal, aunque sé que esos recuerdos tampoco eran gratis. Volver a pasar por todo eso, desde el recuerdo, aunque no lo sentí así en el momento de escribirlo, sé que habrá tenido un gasto psíquico, con final feliz, porque en realidad fue todo un trabajo que creo que lo hice como analizante, más allá de que el analista que yo tuve y con el que me analicé, ya estaba fallecido.
-¿Y hubo un trabajo interno para la reconstrucción de la niñez?
-No, los recuerdos fueron aflorando en la medida que iba escribiendo. Realmente no tuve un plan. Me puse a escribir y, en la medida que iba escribiendo, fueron apelotonándose y empujando los recuerdos. Hasta que, por lo menos en relación a esa secuencia de escritura, la del libro, sentí que no tenía más recuerdos que agotar.
-¿Cuánto se alimenta este escrito de lo que vivió y cuánto se alimenta de lecturas?
-Yo creo que es un entramado donde una cosa y la otra son dos caras de la misma moneda. Es más, yo en el libro menciono que, en realidad, antes de haber leído algún libro, incluso antes de tener el recuerdo de haber leído algún libro, creo que había leído ya a la gente, como el niño que era. Entonces, me da la sensación de que esa fue siempre mi vida: leer y escribir. Le di el cauce de leer como analista, el analista como lector.
-Leyendo el título del libro se puede pensar que plantea una enigma ¿Se refiere a que puede ser su infancia pero también la de otros?
-Exacto, porque es la infancia de «quien». Sin acento. O sea, destaca, refuerza o subraya el impersonal. La infancia es mi niñez y la relación de esa niñez con mi infancia, pero que también podría ser la infancia de cualquiera al mismo tiempo. O sea, la relación que hay, o esa tensión que hay entre ese tirar los dados de pronunciarse y de empezar a hablar, o de empezar a recordar en un análisis, y su propia historia, la propia historia que se reescribe a partir de esa tirada de dados, que es hablar.



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