diciembre 30, 2025

El valor de la transferencia | Los peligrosos conceptos de «Dr. Chinaski»



Frente a ciertas declaraciones relativas al amor de transferencia que desvirtúan el valor de este término, urge precisarlo. La transferencia es un concepto fundamental en psicoanálisis, resorte de la cura, principio de su poder, condición de su eficacia. La entrada en el análisis supone su instauración, y el fin atañe también a su destino. El poder del analista depende del que la transferencia le concede y la dirección de la cura está sujeta al uso que haga de ese poder que, dice Lacan, consiste justamente en no utilizarlo. Por ello es imposible hablar de la resolución de la transferencia en un análisis, sin incluir la ética del analista. Esta ética funda el origen del psicoanálisis, y es inseparable de la posición de Freud respecto al lugar que la transferencia le otorgó por eso, Lacan se refiere al deseo de Freud como marca inaugural.

Hoy en día, la palabra «transferencia» es de uso común, devino moneda gastada; para comprender su sentido hay que partir del descubrimiento freudiano. Que el amor de una paciente por su médico sea considerado una transferencia fue algo absolutamente inédito, a punto tal que Freud consideró de una importancia fundamental para comunicarle al mundo. El término significa: acción u operación de transferir, acción u operación bancaria por la que se transfiere una cantidad de una cuenta corriente a otra. Notemos la referencia a un capital, a una suma, a un monto que se desplaza de un lugar a otro, una operación que Freud detectó como un síntoma, maestro de la sospecha, junto con Marx y Nietzsche –al decir de Ricoeur– consideró que el amor que le estaba dirigido expresaba otra cosa, y provenía de las fijaciones que le impedían a la paciente amar en su vida de manera no neurótica. Pensó a la salud en términos de la capacidad de amar y de trabajar, seguramente porque tanto el amor como el trabajo suponen franquear esa retracción libidinal que caracteriza a la enfermedad. Devolverle a la paciente esa posibilidad fue para él una de las consecuencias del análisis; por su parte, Lacan consideró un nuevo amor en el fin de análisis, que definió como “más digno”, sabedor, tal vez, de ser un lazo que se yergue sobre el fondo de la no complementariedad entre los sexos. Ante este punto de real que constituye el destino y el drama del amor, se requiere de una posición ética.

Graciosamente Tomás Szasz explica la dimensión imaginaria de la transferencia en estos términos: «Cuando me miran, a mí que soy feo como un piojo, me pregunto cómo es posible finalmente que se aferren a mi persona». Es que esa atracción no proviene de ningún atributo, sino que es constitutiva del dispositivo mismo y del saber, afirmará Lacan, otorgado al analista. Responder a ese amor como un hombre común sería no solo hacer abuso de ese poder, sino dejar a la paciente en imposibilidad de amar bajo los efectos de una sugestión con efectos de estrago.

Frente al amor de transferencia que la paciente le dirige Freud, nombra las posibles opiniones del vulgo: aceptar la relación amorosa, rechazarla o sublimarla, y al respecto elige otro camino, que considera “inédito en la vida real”, que consiste en ir del ideal con el que la paciente lo inviste a las fijaciones infantiles para desbrozarlas y dar así a la libido un destino más provechoso para su vida. Ese camino será teorizado por Lacan como deseo del analista, abstenerse de responder a la demanda de amor, no hacer abuso del poder que el supuesto saber le otorga, se diferencia de los usos comunes de cualquier investidura. Un poder justamente basado en no utilizar el concedido, un poder basado en la abstinencia. Tanto Freud como Lacan fueron muy exigentes respecto a los principios éticos del psicoanálisis, a tal punto fue el valor que Lacan le otorgó a la ética que le dedicó un seminario orientado por la pregunta acerca de si el psicoanálisis es constitutivo de una ética en la medida de nuestro tiempo. Este principio está en el origen del psicoanálisis, de ahí que diagnóstico en psicoanálisis se diferencia del diagnóstico psiquiátrico, ya que, al basarse en la transferencia, incluye al analista en el campo que delimita.

Sublevan ciertos enunciados que circulan en las redes y que no respetan estos principios, como creer que si un analista no se acuesta con una paciente ello no obedece a un problema moral. Diremos que no hace a cualquier moral pero que sí atañe a la ética del psicoanálisis. Rebaja ese amor, que no es otro que el dirigido al saber supuesto en el analista, a la categoría del querer coger, lejos de advertir que el fenómeno es constitutivo del dispositivo, es adulterar los pilares de una cura. En Instagram, críticos del psicoanálisis, lejos de argumentar, apelan a chistes e imágenes caricaturescas de figuras relevantes. Gobernadores de ultraderecha hacen gala de carisma popular y descaro irreverente, apelando a giros obscenos e impudicia libertaria, suerte de pronunciación orillera que ahora toca a divulgadores. Guy Debord anticipó hace varias décadas que un nuevo valor regía en la sociedad del espectáculo, ya no era ni tener ni ser sino aparecer, hoy para tener esa visibilidad se apela a ese lenguaje.

Silvia Ons es analista miembro de la Escuela de la Orientación Lacaniana y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis. Escritora.



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